Un entretecho, un abismo.
Ocho escalones, un abismo.
Ella escuchaba el crujir de las tablas bajo mis pies.
Yo oía el mover de lápices entre sus dedos.
Sentíamos nuestra respiración.
Quiso leer el diario de Alejandra. No pudo. Y una noche, pidió meterse en mi cama, pidió abrazos. Algo le dolía, un frío le calaba los huesos, profundo. Se sentía sola. Y yo no le dije nada y la abracé.
No le dije que después de leer no hay nada, decírselo a aquella persona que no quiere terminar de leer ese libro, porque el autor se suicidó al ponerle el punto final. Y si terminás de leer el libro lo mataste vos. Y entonces vas por la tortura, leyendo de a poco, matando despacio. Una página un día, una puñalada no mortal otro. Corre la baba y la cabeza quiere terminar de una vez con todo, con el libro, con la vida del autor y con las búsquedas incesantes de nuevo material de antiguos escritores.
No le dije que yo la maté.
Lo bien que hiciste!
ResponderEliminarHay que descubrirlo cada uno, a eso.
Voy a leer algo de Osvaldo Bayer.
Algo para cambiar un poco.
Un abrazo.
mueren los autores y quedan los textos, que tienen otra régimen de tiempo y de vida, los lectores también mueren
ResponderEliminarabrazos
Cuanto te podría decir de esto, pero no así,
ResponderEliminarno con esta distancia,
no por este medio.
TE EXTRAÑO
no lo leí no todavía la muerte la grande le temo conozco mis agujeros son hondos soy capaz no lo leí no todavía no quiero matarla la niña tiembla aún hay una página marcada por ti voy a leer comiendo tanjarina cuando el miedo sea silencio será
ResponderEliminarserá un renacer
alejandrino
también