No puedo. Estoy muerta en vida. Nada me alegra, nada.
Maldita fiebre, vino para quedarse. Mi termómetro es exacto cada vez: treinta y ocho.
Un líquido metálico, seductor y venenoso, parece haberse estancado justo ahí.
Estoy destruida. Ya no me quedan fuerzas para seguir.
Sin embargo, la que está bien viva, es mi mano. Se mueve más rápido que mi sentir. Escribe sola. Baila. Vive sin mí. Y yo parezco desfallecer.
Es injusto. Si tengo que partir, que sea rápido. Yo no quiero sufrir. Que sea de un arrebato. Pido no enterarme. Que la muerte me pille durmiendo, soñando.
No aguanto este malestar. No resisto un día más postrada en esta cama, ni en este patíbulo sin gracia, ni en esta casa sin amor.
¿Cómo será la muerte? ¿Todo negro? ¿Silencio infinito? ¿No pensar?
Tanto da.
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