domingo, 10 de octubre de 2021

Yo soy tu proveedora de droga

Cuando más limpias te parezcan
Las aguas del lago
Y aún cuando creas
Rebosar de plenitud
Igual recuérdame
Yo soy tu proveedora de droga 

Cuando contemples
Con mirada ascendente y pura
El triunfo de los pájaros
Y la derrota de las olas
Igual recuérdame
Yo soy tu proveedora de droga

Cuando vayas al encuentro
De la amada o el amado
Sintiéndote seguro
Del esplendor de sus pupilas
Igual recuérdame
Yo soy tu proveedora de droga

Y no me abandones
Prematuramente
No te comportes
Como un ingrato
Recuérdame siempre
Yo soy tu proveedora de droga


Osvaldo Lamborghini


lunes, 4 de octubre de 2021

La vida es un arma

 



Este disco iba a ser una cosa que al final no fue. Disco, casi un arcaísmo, como decirle televisión a una serie de Netflix. Ya ni siquiera se precisa grabadora de CD para publicar un... conjunto de canciones. No hay LP, ni EP. Ni siquiera P. Sin copyright, ni copyleft, ni copynada. Una soledad de no ser ni Esquizodelia, ni Estampita, ni Nikikinki. El fantasma de Myspace. Bienvenidos a la generación bandcamp.


Un bandcamp, entonces, que iba a ser un compilado. La vida es un arma, y a veces el tiro sale por la culata. O no sale. O sale otra cosa. Se iba a llamar DETROIT, que suena muy parecido a destroy, una palabra que define muy bien un conjunto de bandcamps que escarban en la mugre de lo que hay más abajo que el lo-fi. No-fi. Anti-fi. Va un poco más allá de la desprolijidad; es un gusto. Hacer un agujero en la bolsa como agujero negro para descubrir más abajos que sintonicen con una rotura que siempre es de adentro. Ahí están el Pelado Popdestroy, evidente desde el seudónimo, pero también Oneill (hasta que saque el disco que está grabando en Feel de Agua más o menos desde que Riki Musso estaba feliz con el Cuarteto), Ojos de Videotape, el Canciones inconclusas de Comunismo Internacional, o Darvin Elizondo solo y acústico, libre de sus pedales acumulativos. Puede ser pop, punk, balada, coso: lo que importa son las grietas, el musgo que le ganó a la pared, el micrófono blanco de computadora como mástil para ninguna bandera.

Desencanto sonoro que se empasta con otro, político. "Grabado en una cueva", confiesa Juan Peralta, porque afuera no hay nada. "La revolución del Benzodiazepina" abre el disco; podría ser un punk si tuviera una batería tan marcada como su rabia. La revolución como epilepsia a domesticar. La revolución que es tan colectiva que no entra en una cueva. La revolución, esa máquina que se come a la libido. Esa cosa seria. Esa forma de nunca estar de acuerdo.

Muchas voces de Juan Peralta, porque es un disco solitario: la única compañía es el reverb, las sobregrabaciones y la copilota Caryl Chessman, un alma vacía cuya identidad algunos sospechamos pero no vamos a andar quemando. Caryl toca, sin conocimiento de causa, una nota de violín en "Insectos veloces": una cita a otro triste, Cabrera, y un amor complicado, ambiguo, lleno de resacas y una cuota de odio. Caryl también canta en "Asunto de referencia". El suicidio otra vez. Es un retrato, una foto sacada por una cámara de celular de dos megapíxeles que le robó dos megapíxeles de alma a una rota de la noche. Ella casi seguro que tiene cerquilo y está no posando contra el empapelado sucio del Gallo Rojo (que hoy es un lugar luminoso, lleno de sushi: del saque al sake), a una hora de la madrugada en la que todo parece equivocado. La foto está movida. No había mucha luz. Baja resolución. No-fi. Ella viste mangas largas para tapar los cortes en las muñecas, casi seguro no tiene cartera y sigue chupando Pilsen a pesar de que se mezclan con los antidepresivos en el estómago flaco en contra de toda recomendación de diez de cada diez doctores. Es de las que intentan no ser minita. De las que no saben estar solas y por eso están mal acompañadas. De las que ganan al pool.

Del tsunami de acordes golpeados hacia abajo al arpegio delicado de "Jugar al héroe", con un estribillo mántrico que repite saigón hasta que todo se cansa y se desinfla. "La ciudad de los huesos", con unas volteretas melódicas con retrogusto a Calamaro, ofrece unas gotas de pop dulce entre tanta basura intencionada: "Un cráneo lleno de espejos / en la ciudad de mis huesos". El primer indicio de estribillo en un discbandcamp que casi no los tiene porque las canciones parecen estar desarmándose, desganándose o resignándose a medida que suenan. Un estribillo es una marca, un regreso, y en La vida es un arma no se vuelve a ningún lado.

La noche de seis tracks termina con "Al fin la tormenta", de rima imperfecta, que viene a romper un poco el clima. En un disco de alegrías cortas y ácidas como un vino picado, "al fin" suena a un bálsamo, a la frescura de una siesta después de una noche de excesos, de las diez de la mañana a las tres de la tarde, cuando la ciudad se detiene en la eutanasia del domingo. El vino, justamente, arranca la letra. Cortado a cuchillo, siempre en caja. Siempre encaja. "Al fin la tormenta llega al campo", dice el segundo casi estribillo, como en unas vacaciones ya frustradas por la falta de playa y de plata, un escenario donde la tormenta es un alivio lo más bíblico que se permite la gente atea. Hay un féretro helado (que aparece dos veces; la segunda, con la voz octavada de Caryl, como si en La vida es un arma sí se pudiera regresar a ese lugar, al ataúd) y un tren que empieza a acelerar, la tristeza de una AFE que le aceptamos a los ingleses para que nos perdonaran la deuda y que hoy es un medio de transporte con poco prestigio, roto y ruidoso para el oído aburguesado, y un conjunto de galpones donde pasan cosas que nadie quisiera describir en voz alta. "Lo que aban / donamos", dice en cuotas uno de los versos.

Entonces, el monólogo de Caryl, apenas modulado, recitado como un antiteatro, lo contrario a lo que haría Tabaré Rivero. No es un monólogo: es un solo de tristeza. La tristeza es el instrumento, por supuesto musical, que vibra en un "qué chistosa la vida" (la misma que es un arma; qué chistosa) amargo como una lamida de aloe. En la letra que figura en el bandcamp, la primera frase dice "y sin embardo". Un error. O no.

Al fin la tormenta, pero Caryl extraña el calor espeso (que aparece pronunciado espes-, sin terminar. Esta gente tiene un tema con los finales), esa estafa climática que parece importada de Saigón en que las camisetas se pegotean con el cuerpo, cuesta respirar, pican los tatuajes como marcas de mortífago, los viejos sienten sus articulaciones que ya no articulan, los perros se ofuscan y todo futuro parece imposible o al menos empapado. Son tres minutos de canción que deberían durar más, por lo menos un par de horas, y se programan en loop en la mente igual que un buen jingle o el recuerdo sadomasoquista de un error. Pero la vida es un chumbo y se queda sin balas: la canción se apaga, se muere, se llueve, se desmorruga, se automedica, se duerme con favores químicos en un sonido que deja de ser voz para convertirse en algo que raspa la garganta desde adentro. Al fin la tormenta llega, y este bandcamp drogadicto, honesto y lo más brillante que puede ser algo sucio se suspende por lluvia.

* * *

Si este disco fuera un tatuaje, sería éste: en Ciudad Vieja, por la zona del Mercado del Puerto que ofrece un mediocre paraíso a los extranjeros de día y mucho vicio de noche, hay una pareja que baila tango. Torres García, porquerías de cuero de flacas vacas, mates que van a terminar en repisas de otros países y que jamás van conocer la satisfacción de estar llenos de yerba lavada por sucesivos ataques de agua de termo. Preciosa y gentrificada, la zona se llena de acentos y te cobra 60 pesos un jugo de naranja porque ahí, aunque seas uruguayo, sos turista. La pareja -viejo él, triste ella- baila el tango como se debe: por dinero. Ella tiene unos zapatos altísimos y gastados que dejan ver dos dedos de sus pies con las uñas pintadas de un bordó propio de una mujer 40 años más vieja, pero tiene medias color persona. ¿Medias cortadas en la punta? Si uno se detiene un poco en las piernas que dan vueltas, se enganchan y se rechazan como dos serpientes en una relación "es complicado", se da cuenta de por qué: en una de las pantorrillas demasiado redondeadas para un cuerpo tan flaco, hay un tatuaje largo, del tamaño de una caja de cigarros de costado; una hora y media de pinchazos y tinta que, parece, no combinan con el arrabal y tiene que desaparecer o quedar menos evidente, borrosa, velada en blanca tarde, debajo de una capa de náilon. Si este disco fuera un tatuaje, sería ese.

Federico de los Santos.


jueves, 15 de julio de 2021

Casa del sol naciente

El arroyo Miguelete corta la calle Millán, la atraviesa. Es un agua sucia, estancada. Un paisaje algo triste. Cruzo el puente todas las mañanas de camino al trabajo, el piso tiembla como un leve sismo cuando pasan los ómnibus. Luego me meto por esa callecita que nadie conoce, pero nunca sin antes observar con ensueño la casa de la esquina. Es una casa grande sobre un terraplén, chata con tejas y ladrillos a la vista. Tiene un árbol frondoso en el frente y está llena de ventanales. Sospecho que por dentro es hermosa. Me gustaría vivir ahí, suelo pensar cuando la miro con detenimiento.

El camino está lleno de árboles, pasto verde y de perros que ladran detrás de las rejas. A mi derecha me va acompañando el arroyo amarronado que siempre parece tener niebla encima.

Cuando llego saludo a cada niño. A algunos les doy un abrazo, a otros los beso en la mejilla o en la frente. Puede que a alguno le frote la cabeza al paso. O que hagamos un choque los cinco, seguido de un choque de puños.

Les propongo salir y así despejar la mente. Unos cuantos se prenden para ir al Prado. Les digo que pueden llevar botellas cortadas y atadas a un cordón para pescar en el lago pero sólo con la condición de que antes de irnos devuelvan los peces al agua.

Jairo tiene doce años y es más alto que yo. Tiene la tez canela y unos labios voluptuosos. Su boca siempre segrega mucha saliva, en las comisuras suele tener baba blanca y seca. Supongo que es por la medicación. Cuando habla no se le entiende bien lo que dice, hago un esfuerzo por entender y así no pedirle varias veces que repita. A veces me quedo sin entender.

Jairo es experto en tirar piedras. Va, no solo piedras… cualquier cosa. De camino al Prado encuentra un CD en la calle, lo levanta y lo manda a volar por el cielo. Pero tan alto, tan alto y tan lejos, que es increíble. Quedo fascinada admirando la escena. Agarra una piedra y me dice:

-¿Qué te apuesto a que la tiro para el otro lado del arroyo?

-A ver…

Y va y la tira. Después de eso intenta impresionarme más y más con diferentes objetos que arroja a distancias demenciales. Realmente nunca vi algo así. Lo felicito todas las veces y le digo que sería bueno en lanzamiento de jabalina. Pero seguramente nadie lo sepa jamás, ni siquiera él.

Ámbar es rubia y tiene ojos celestes. Sus rasgos faciales que son poco delicados, es de una belleza exótica. El pelo es casi blanco, grueso y abundante. La boca es protuberante y carnosa, bien roja, acompaña bien a sus dientes que son grandes y están separados. Su piel es pálida, casi transparente como el papel manteca cuando calcás un mapa hidrográfico de ríos y venas. En el cuello tiene unas especies de verruguitas marroñes que parecen aplastadas como manchas.

Ella es conflictiva, siempre genera problemas donde no los hay y revueltas donde no es necesario. Tiene la insatisfacción de existir a flor de piel. Nada la satisface. O si lo hace, es fugaz. Padece la vida. Sería buena actriz dramática. Me cae bien.

El camino hasta el Prado no es simple. Suceden eventos: peleas, se detienen en cosas sin sentido, caminan lento. Se descompensan, quieren volver, le tiran piedras a la gente.

Cuando estamos allá, quieren meterse en el lago. Entran infinitas veces al baño, uno de esos verdes antiguos y de metal con puerta giratoria. Se encierran, corren, gritan.

La estadía se configura caótica y mi “Adiós Diomedes” debe seguir durmiendo en la mochila. A veces soy ilusa. Creer que iba a poder leer tendida en el pasto mientras ellos jugaban. Me río de mí.

No todo es desorden y suceden cosas lindas. Me cuentan historias graciosas. Me preguntan qué animal sería y tengo que elegir tres: uno de la tierra, otro del agua y otro del aire. De fuego no. Porque ya se sabe que sólo existe el dragón.

Llega la hora de volver. Están los que se niegan y los que hace rato me taladran al oído que se quieren ir, que es un embole estar ahí.

Le digo a Jairo que devuelva los peces al lago como habíamos quedado. Se rehúsa. Se quiere llevar mil peces metidos en una botella de coca coca de litro y medio. Los peces están todos apretados, sin movilidad alguna. Le digo que no los puede llevar, que se van a morir. Él alega que va cuidarlos dándoles pan. Le explico que no, que no comen pan, que comen cositas de la profundidad del lago y que necesitan quedarse ahí, en su hábitat natural. Que no pueden estar encerrados. Porque es horrible estar encerrado.

Me mira con odio. Y me dice, un poco tartamudeando:

-Y si a nosotros ustedes nos tienen encerrados. Nos tienen presos, nos tienen.

Pienso en decirle que no es así pero sin embargo no digo nada. Le repito que los tire al agua o no nos vamos.

En el camino Ámbar se tira al piso en la oscuridad y empieza a gritar. El pasto está lleno de mosquitos. Pasa algo y no sabemos qué es. Llora y abraza a su hermano pequeño, haciendo que él también se descompense.

Otra niña, Serena, me dice enojada que por culpa de Ámbar, siempre pasa algo. Que tenemos que seguirle todos sus viajes.

Le pido comprensión.

-Ella tiene problemas- le digo.

-Problemas tengo yo. A mí me violó mi hermanastro y no me quejo.

No termina de decir la frase que se quiebra y llora. La abrazo fuerte y le aprieto con mi mano su espalda transpirada. Le digo que ahora está a salvo. Que va a estar todo bien.

-Siento culpa. La culpa no se me va. Mi madre nunca más me vino a ver. No tengo a nadie. ¿Qué voy a hacer? ¡No tengo a nadie!

No sé qué decirle. Siento que si le digo que ese dolor en el pecho se le va a ir, le miento. Que si le digo que no está sola en este mundo de mierda, le miento. Todas las posibilidades que se me ocurren son mentira.

Todo va disipándose de a poco y volvemos caminando, cada uno en diferente sintonía.

Llegamos.

Entran corriendo por la puerta, chocándose los unos a los otros.

Jairo se dirige directo al cuarto y apoya la botella atiborrada de peces sobre la ventana de su cuarto.


Flores de Jamaica

Un lugar

lejos, distante

muro lleno de musgo

que trepa

el espacio

como aquella luz

iluminando tu rostro

en la oscuridad

los hibiscos

rojos y rosados

siempre detrás

tapando con perfume

el hedor a perro

de la casa de enfrente

Una señora no puede

vivir con tantos gatos

y tantos perros

y morir así

mirándonos por la ventana

chuponeando sentados

o tomando vino suelto

soñando algo absurdo

como qué haríamos

cuando creciéramos

y después morirse

sin saber qué fuimos

sola, rodeada de gatos

y perros sucios

sin saberlo

(saber que fuimos

nada)

Una semana

Lunes
Hoy me levanté pensando en fumar. Quiero decir, con el deseo de hacerlo. O sintiendo la necesidad. Mientras hacía el café pensaba en que iba a tomarlo faltándome algo. ¿Cómo existen personas que pueden desayunar café sin un cigarro? Qué insensatos.
Salí al patio y bebí el café parado. Estaba gélido. Mi boca comenzó a hacer muecas similares a cuando fumo, a apretarse. Imaginé un cigarro entre mis labios y comencé a exhalar vapor tibio que parecía volverse humo en el aire frío. También sentí un falso picor en la lengua. Tuve que entrar porque la situación se volvió insostenible.

Martes
Tengo las manos entumecidas, me cuesta escribir. Hace días que no sé nada sobre Clara. La extraño. Extraño su cuerpo pegado al mío, su aliento. Siempre que pienso en ella, en mi mente aparece su cara sonriente, los rulos sobre los hombros, y al descubierto, su lunar en la clavícula.
Quiero verla. Pero lo que más quisiera es que garchemos y poder fumarme un pucho después.

Miércoles
Estoy arrepentido de esta decisión que tomé. Una infección respiratoria no es suficiente para esta limitación que me puse. Va, que me obligó el médico a ponerme. Se está volviendo insoportable. Sólo pienso en fumar y en las cosas que hacía cuando fumaba. Es hermoso cagar y fumar a la vez. Tomar café fumando. Comer, fumar y apagar los puchos contra el plato sucio. Coger y fumar después. Esperar el ómnibus y fumar, darle la última pitada y tirarlo con un golpecito del dedo mayor, abajo de esa rueda enorme.

Jueves
Hoy falté a trabajar. Me pesa el cuerpo y tengo una tos insufrible. Cada dos segundos escupo flemas verdes, espesas y gigantes. Así y todo, no puedo pensar en otra cosa que no sea en fumar. ¿Puede ser que en las películas francesas fumen todo el tiempo? ¿Y también que cuando miro a los otros apartamentos, todos mis vecinos estén mirando la nada y fumando? Quiero hacer cosas para distraerme pero no puedo. Toda actividad y pensamiento me llevan a lo mismo: fumar. 

Voy a dormir todo el día.

Viernes
Apenas desperté, fumé. Fumé un cigarro en la cama, acostado. Mi madre siempre decía que sino se fumaba un cigarro en la cama acostada apenas abría los ojos, no se levantaba. Tenía un cenicero en la mesita de luz. También siempre tenía una copa de vino como Graciela Borges en la Ciénaga.
La cosa es que fumé y sentí un placer indescriptible. Sentí cómo el humo iba entrando en mis pulmones y me iba llenando de vida. Muerte que es vida.

Sábado
Lorena vino a casa hoy y me tiró el cenicero por la cabeza. Se puso como una loca diciendo que me voy a morir. Me hizo un tajo en la frente y le pregunté si se creía Susana Giménez. Después de insultos y llantos, le pedí que me entienda, que fumo hace quince años, que es difícil. Le prometí que voy a dejar de fumar a partir de mañana.

Domingo
Hoy vino mi hermano a visitarme. Hace meses que no nos veíamos. Trajo una botella de whisky. Tomamos varias medidas y la conversación se fue tornando más ferviente. Con él siempre tenemos discusiones interminables que nos dejan enardecidos. La nicotina te acelera las asociaciones y discutís mejor. Así que crucé y me compré una caja de Malboro. En unas horas la fumé toda. 
Ahora estoy fumándome el último cigarro que quedaba en la casa, mirando la noche por la ventana. No me arrepiento. Nada puede empezarse un domingo. Mañana lunes, arranco.


lunes, 12 de julio de 2021

Pornoterrorismo

En un baño público me pedís que mee tu mano y a mí me gusta la idea, así que intento. Nos acomodamos, vos te ponés en cuclillas y yo abro mis piernas sobre la mano expectante. Quiero mearte la mano e intento hacer fuerza pero mi superyó no me lo permite. O sí, pero sólo unas míseras gotas y no una cascada como vos deseás. Esperás y esperás, sos paciente porque no vas a irte hasta que tu mano esté mojada y tibia, y vas a convencerme de que sí puedo hacerlo. De que la moral es un invento cristiano, de que “Dios NO está aquí”. Me pedís que haga toda la fuerza que pueda, porque si quiero, puedo cagarte también. Todo lo que salga de mí vas a recibirlo con gratitud. Ahora cambiaste de idea y querés que te cague la mano, que te dé todo lo que tenga. Me decís cosas al oído para persuadirme. Pero no puedo. 
En la derrota, te llevás la victoria de las gotas que saboreás engulléndote los dedos hasta el fondo. A la altura de los nudillos te queda la huella del labial.
Cuando te vas, meo con placer por varios segundos pero me quedo pensando en que fue una locura lo que pediste. Porque de todas formas no hubieses podido con toda la mierda que llevo dentro.

domingo, 11 de julio de 2021

Blackout

Cuando duele la muela nadie está enamorado.

Y el dolor de muelas desaparece si a uno le cortan una pierna.


María Moreno

Noches de verano

Esa noche nos acostamos pensando que al otro día iríamos a la playa. Y a la mañana siguiente, nos levantamos temprano y de buen humor, así que definitivamente decidimos hacerlo. Estábamos contentos de poder realizar una actividad sana y al sol. Y no lo mismo de siempre: noche y oscuridad.

Nos pusimos gorros de visera, hicimos un mate con jengibre y salimos camino a la Turiferia. Tomamos dos ómnibus y fuimos todo el camino hablando, mientras tomábamos mate con el cuidado de no quemarnos ni de enterrarnos la bombilla en el paladar.


Divisamos el mar y buscamos un camino para bajar, la arena todavía estaba fría. Nos sentamos cerquita del agua, sobre una toalla estropeada. Un rato más tarde, cuando arrancó a picar el sol, nos dimos cuenta que nos habíamos olvidado del protector solar. Los dos blancos papa, llenos de lunares y con caras de murciélagos, frente al primer día de playa del año. Pero no nos importó, nada iba a arruinar nuestra mañana playera. 

Llevamos Cerdos y Peces para leerla juntos, turnando la lectura en voz alta. Tomamos mate frío, comimos galletas con arena y nos dimos chupones de agua salada. Nos reímos y fuimos mimosos como cachorros recién abandonados pero aún tibios.


Apenas pasado el mediodía, el sol rajaba la tierra, por lo que decidimos volver a casa. De camino, la piel se tornaba más tirante. Cuando llegamos, nos hicimos unos sánguches olímpicos, cogimos y dormimos una siesta. Para cuando nos despertamos, ya éramos unos verdaderos camarones de la isla. Él salió de ducharse y tenía la espalda en carne viva. -Tomatito, un poroto- le dije riendo. Pero después miré mi pecho al borde de ampollarse y no me pareció tan gracioso.


A la noche, después de hacerle la cabeza, lo convencí de ir a comer sushi a un lugar en la Ciudad Vieja. Tomamos vino blanco y salimos con todo el furor de seguir la noche. Queríamos hacer algo divertido. Compramos una cerveza y la fuimos tomando por 18 de julio. Nos sentíamos un poco extraños, sospeché que podríamos estar insolados. También estábamos borrachos. 

Propuse ir a jugar un pool al Clash y eso desató un drama. Porque según él, si íbamos al Clash no íbamos a terminar bien. Que yo lo llevaba a la perdición, cuando lo que él necesitaba era alguien que lo llevase por camino del bien. Me pareció lo más ridículo que podía escuchar, no sólo porque no era cierto, sino porque era él quien no paraba de cagarme la vida a cada instante desde que lo conocí. 

Discutimos, nos gritamos, él rompió el envase de cerveza contra una pared y yo le dije que era un salame porque acabábamos de perder $13 por sus llamados de atención. Me quise ir, me fue a buscar, nos abrazamos. Me dijo que en realidad yo le hacía bien. Y yo le dije que en realidad no me había cagado tanto la vida.

Teníamos fiebre. La piel nos hervía. Y no tuvimos mejor idea, que una noche calurosa, meternos en un boliche con un área subterránea y bailable. Compramos una lata de cerveza y ahora sólo nos quedaban $100. La tomamos parados y muertos de calor en una esquina, viendo cómo la gente era un enjambre transpirado. Enseguida identificamos a un idiota que bailaba moviendo el culo y que tenía una billetera gorda saliéndosele del bolsillo. Nos brillaron los ojos al mismo tiempo. Tenía las caderas de Shakira y la billetera de Bill Gates pero nunca se le caía, así que armamos un plan para robársela: fingiendo bailar, lo apretujaríamos para sacársela rápidamente. Tomaríamos unos billetes y la tiraríamos al piso para que pensara que se le cayó. Un plan perfecto. 

Cuando lo llevamos a la práctica y le bailamos cerca, él se daba vuelta y nos bailaba con su mayor cara de imbécil. Fue un fracaso, la realidad es que ninguno tenía la habilidad punguística de pellizcar un bolsillo, ni jamás la iba a tener. Así que desistimos de la idea y comenzamos con un nuevo deseo que era conseguir a alguien para hacer un trío. Además, esa persona podría tener plata y eso nos permitiría seguir tomando cerveza. La idea surgió porque una mina nos bailaba cerquita y ponía caras. Cuando la gente nos rozaba, la piel nos ardía. Sentíamos como si nos pasaran encendedores prendidos por el cuerpo. Bailamos un poco con ella pero a mí se me ocurrió que mejor sería un trío con un hombre. Así que le dije que no le diéramos más bola, lo agarré de la mano y nos fuimos cerca de la barra. Mi idea no fue muy bienvenida pero no importó, él se quedó acodado en la barra mientras yo bailaba con uno. Me acerqué para preguntarle si ese le gustaba y me dijo que no, que no era puto. Cambió de tema y me pidió que mirara un billete de $200 saliendo de la lata de propinas de la barra. Le dije que era un cheto de mierda, que el pibe estaba laburando. También le dije que me daba asco y que me iba, porque además me tenía aburrida. Crucé el vaho del boliche con determinación y por dentro lloraba porque la piel ya no me ardía, me dolía. Subí las escaleras y caminé bien rápido. El venía detrás gritando mi nombre muy fuerte. Lo esperé una cuadra después y le dije: 

-¿Qué querés? 

- Tomemos una última cerveza con la plata que nos queda y vamos caminando hasta casa

- Bueno

Caminamos y cuando él entró al 24, fui hasta la esquina y me tomé un taxi. No tenía plata pero sabía que en casa tenía un tarro lleno de monedas. Entré, le pagué con mil monedas y cerré la puerta. A los cinco minutos, me tiraban la puerta abajo. Era él, en otro taxi. Entró y dio vuelta mi frasco de monedas sobre el modular. Le dije algo y me dijo que me callara. Desde la puerta me dijo "hija de puta" y me tiró una botella. Cuando miro al suelo, era una botella de cerveza llena, sin abrir y seguía intacta. No podía creerlo. Me la tiró a matar. Sin pensarlo, la levanté del piso y desde la puerta le dije "gordo puto" y se la tiré por la cabeza. Le pegó en el cuerpo y explotó en la vereda. La taxista contaba las monedas apurada. Tranqué la puerta y no le volví a abrir. Me lloró que le abriera, que había perdido la llave. Así estuvo hasta que se cansó. No le creí. Pero después, desde mi ventana, vi que era cierto. Gritaba que le ardía todo, mientras se acostaba en el piso del patio, en posición fetal.

Me acosté en mi cama e intenté dormir pero no podía, las sábanas me quemaban la espalda. Al rato me levanté, fui a la ventana y lo observé. Estaba todo arrollado como un perro que se echa sobre el mármol. Entré al baño y cuando salí, volví a mirarlo y me quedé pensando unos minutos con la cara apoyada sobre el mosquitero. Cerré los ojos un instante y al abrirlos dije en voz alta:

- Juan, vení.


Poema

Me recuesto en tu pecho

tus axilas huelen rancio

pero afirmás que si te prueban

se enamoran


me enoja saber la verdad


y diviso tu cuerpo


como un imán gigante


que arrasa todo a su paso


quisiera ser tu canción


lo-fi favorita 


y que me escuches 


en bucle


toda la noche

El amor y la locura (como esos papelitos que te daban en los ómnibus)

El miedo y la tristeza se juntan a tomar cerveza en un bar.

 

-Estoy cansada de que hablen mal de nosotros- dice y toma un trago entre frase y frase- somos necesarios. Imaginate la vida sin Tristeza y sin Miedo... ¿Qué es eso? ¡Una vida de mierda! Vos, por ejemplo, ayudás a las personas a ser precavidas. El miedo es protector, tiene una función importante. Lo mío es diferente, a mí nadie me encuentra sentido. Qué injusto. A veces quisiera no existir, tirarme en las vías del tren y terminar de una vez con todo.  

Hoy me voy a emborrachar, te aviso.

-No te creas. Yo estoy súper estigmatizado. Las personas creen que soy un palo en la rueda para avanzar en la vida. Soy el límite de los sueños. Incluso hace poco hubo una campaña que proponía vivir sin miedo y desde ese día hasta hoy, no salí de casa.


Ambos quedan pensativos mientras toman sus cervezas frías y enfocan la mirada perdida hacia la calle donde un adolescente acomoda cartones y una pila de trapos en el cordón de la vereda.


En la acera de enfrente, dentro de una pensión, suena el teléfono. 


-Hola Amor, habla la locura. Vámonos este finde a un lugar que no conozcamos y sea cerca del mar, ¿querés?

-Tengo que estudiar. Estoy atrasado con la facultad.

-Dale, no seas aburrido. Siempre es mejor estudiar sentado sobre arena y oliendo agua marina a estar encerrado en esa pocilga donde vivís.

-Lo que siempre pasa es que me llevás por mal camino. Pasame a buscar mañana a las 18h.


Al día siguiente, la locura espera en la puerta al amor en un auto rojo y alquilado. El amor sube y se dan un abrazo.

-Te extrañaba- dice la locura  

-Yo también. Me gustaría pasar más tiempo juntos pero siento que contigo siempre salgo herido, sin quererlo sos dañina. Perdón que te diga ésto pero es lo que pienso. 

Ya me lo han dicho, no te preocupes. Al final, yo soy esa piba copada que todos quieren un poco pero después cuando realmente la conocen, la rechazan. Esa amiga que toma unos tragos y es divertida pero después de un rato nadie se le quiere acercar porque los avergüenza y ahí queda, sola en el medio del boliche como si hubiesen tirado una bomba atómica. Mi pecho es Hiroshima. Así es la gente, te usan. Toda mi familia es discriminada y sólo algunos pocos pudieron valorar lo que ellos tenían para dar. Su vida ahora terminó. Pero no quiero hablar de eso. 

-Me parece que estuviste mucho tiempo con tristeza. Disfrutemos este finde - dice el Amor.


El viento hace un remolino de hojas verdes de tilo y el perfume dulce se queda en sus narices. El auto va lento y salta sobre los adoquines para abandonar un barrio lleno de faroles y terrazas. 

Cuando llegan a la ruta, el sol cae como fuego sobre la carretera y tiñe todo de dorado. La locura apoya su mano sobre la rodilla del amor. 


-Me gusta ese bulto que tenés entre las piernas - lo dice y tira humo del cigarro por la ventanilla


El Amor ríe acomodando el codo sobre la puerta. 

En la radio suena Nike Drake. Afuera el paisaje es arbolado y silencioso. El viento débil les acaricia los párpados y van sintiendo más cerca el sabor a salitre en los labios.


-Hace poco me enteré que Tristeza quiso suicidarse. Me contó el miedo. Parece que se tomó no sé cuántos blisters de pastillas y la tuvieron que internar. Durmió como tres días seguidos - dice el Amor. 

-Ay, la Tristeza siempre está llamando la atención. Es tan insegura. Dejé de verla porque juntas somos un arma letal. La última noche fue terrible, después que se fue, estuve una semana en un psiquiátrico porque me corté las venas. No la quiero ver más - dice eso y le enseña la cicatriz de la muñeca.

El Amor la acaricia suavemente con la yema del dedo índice. Luego la besa y después la lame. No puede vivir sin la Locura, lo sabe. Entonces, va y le dice:

-Te amo por la misma razón por la que no podemos estar juntos. Pierdo mi identidad para ser parte de vos porque en cierta forma, sos mejor que yo sin ni siquiera intentarlo 

-¿Qué hablás? 

-Eso, que te amo. Te pertenezco. 

-Me vas a dejar más loca de lo que estoy diciéndome esas cosas. Pero no puedo evitar sentirme dichosa. Soy la peor.


El Amor besa su cuello, mete la mano bajo su pollera y de ahí en más, son sólo imágenes y visiones divinas de ese minuto de vida breve donde caen estrellas fugaces y también lava desde un iceberg que escapó de un glaciar para irse a flotar a la deriva plagado de mariposas negras sin vuelo. El cielo se tiñe de lila y ya nada puede salvarlos, están atrapados, rodeados de fuego escarchado. Su camisa en llamas y la implosión de los autos hace fluir la sangre como un río desesperado que arrasa con la vida a su paso. 

El Amor muere sobre un suelo empetrolado y brillante. Y cuando la Locura lo descubre, desgarrada, se deja morir también.