jueves, 25 de diciembre de 2014

El lamento de los sobrevivientes

“Esta es la verdad que nos parece, sin embargo, el error, pero que es cierta justamente porque sucede que es el error. En cuanto a la prueba, no soy yo, sino la historia, cuando termine, la que la proporcionará”.
Hegel

I
Esta tristeza que nos llega con la tarde ya
es moneda corriente, viene desde lejos
(quizás desde nuestra infancia)
a recordarnos que somos los elegidos
para quienes fue reservado el dolor de las
horas.
¿Qué haremos con los inviernos que
restan?
Con nuestra piel arrugada y los ojos
vidriosos,con las lagrimas que rodarán
por las solapas gastadas,
con el frío de la vida que se alarga
como las sombras de la tarde.
¿Qué haremos que no sea parir dolor?
¿engendrar monstruos perseguidores de
nuestra propia hipocresía?
¿Qué haremos con estas vigilias
interminables e infecundas,
con nuestros sueños hartos de derrotas?
¿Qué haremos con los hijos que no tuvimos?
¿A dónde iremos a dar
con nuestra sangre sucia?
¿Habrá algún sitio para los solitarios,
para los que no compusimos sinfonías,
para los que no supimos hacer estallar en
colores nuestra tristeza?
Para los que no hicimos concesiones,
para los empecinados,
para los que pretendimos el todo, la
libertad absoluta y
nos quedamos con el ardor de la nada.
Habrá piedad para los que jugamos a
cara o ceca y perdimos?
¿A dónde iremos los que olvidamos
sonreír en el momento necesario;
los que no supimos retroceder
cuando retroceder significaba avanzar?
¿Dónde acabaremos los que nuca fuimos
inocentes?
¿Quién se apiadara de los
desesperanzados
cuando todo haya concluido
y hoy mismo
y esta misma tarde
y en este tedioso instante
quién golpeará la puerta para traer algo
que no sea indiferencia,
desprecio por nosotros,
asco de nuestras caras
o la boleta del gas?
¿En que infierno acabaremos los
equivocados,
los que no fuimos genios,
los que no fuimos dioses,
los que sobrevivimos de prestado
que conocimos la luz y nos detuvimos a
jugar con las sombras?
¿Qué será de los vencidos ilesos?
¿Qué será de los fracasados,
de los que no recibimos una bofetada a
tiempo o la tuvimos
pero nadie se acerco a consolarnos?
¿Habrá un sol, una playa, un mar, un cielo
nuevos para los desertores del rebaño
que nos estrellamos las
narices contra las piedras pero no nos
atrevimos a regresar?
¿Qué será de los que lloramos a
escondidas?
¿Habrá algún premio para los que
quisimos volar más alto y no triunfamos?
(pero nos defendimos a gritos
cuando dijeron que era soberbia).
¿Viviremos mucho tiempo más
intercambiando caretas con
nuestros fantasmas?
¿Habrá piedad para los que escuchamos
a todos y no entendimos a nadie;
para los que la soledad no nos dio un
jaque de muerte ni el amor nos dio un
golpe de vida?
¿Qué haremos con este silencio
insultante, con los espejos injuriosos?
¿Y qué haremos con los soles nuevos?
¿continuaremos interponiendo las
persianas atávicas?
¿Habrá ternura para los desarraigados,
para quienes el futuro es una palabra sin
sentido, para los que descubrieron con
espanto que el amor es lo mejor pero no
alcanza?
¿Quién nos mirará con ojos que no sean
de misericordia o benevolencia?
¿Qué haremos con nuestros amaneceres
abúlicos?
¿no cesaremos nunca de dejarnos caer
de la cama, de quedarnos acostados en el
piso,enredados aún en las sábanas,
mirando puntos en el techo,
recitando poemas atribulados,
cantando sambas tristes como “la añera”?
¿Seguiremos asomándonos a la ventana,
contando personas de a dos en dos,
mirando paraguas los días de lluvia?
¿Hasta cuándo viviremos parapetados en
los rincones oscuros, con la soledad como
una enfermedad contagiosa?
¿Hasta cuando nos aferraremos a
las tinieblas como arañas?
¿Habrá algún sitio para los que no fuimos
escuchados, para los que no supimos
gritar, para los que no tuvimos
la respuesta del eco en la montaña de los
hombres?
¿A qué sitio iremos a dar con nuestros
pocos dientes y nuestros pocos pelos que
no sea de podredumbre y silencio?
Tanta sangre enloquecida y caliente,
tantos sueños,
tanto pudor innecesario,
tanto error
y después tanto arrepentimiento
para ser cenizas, barro inútil,
cauces desolados, ahítos de piedras y de
olvido.
(¿O tendrá mejores matices la muerte de
los muertos?)
Tantos deseos de partir,
de abandonar esta casa,
de dejar esta suerte,
de dejarse a uno mismo…
¿Cuándo gritaremos ese ¡ahora!, ¡ahora!,
¡ahora!,
hasta que se descuelguen los retratos de
todos los museos,
hasta derribar esta casa,
hasta sepultar nuestros espectros,
hasta apostatar de este despiadado
ocultamiento?
¡Cuántas palabras más encerradas que
nosotros mismos!
cuántas caricias puras dentro de la piel,
cuántos sonidos de amor en silencio,
(cómo ensucia al sentimiento
el acto)
cuánto daño padecido
(cómo defrauda a la intención el gesto)
y cuánto nos queda por padecer todavía.
¿Cómo recuperaremos el tiempo que se
nos fue esperando?
¿Cómo responderemos ahora a todo
aquello que no respondimos?
¿Qué ilusión podrá resistir a nuestro
cansancio?
¿Qué respuestas encontraremos en las
paredes?
¿Qué plegaria rezar que no contenga
mentiras?
¿Qué sueño soñaremos los que nos
nutrimos de letargos?
¿Qué canción entonaremos que no
evoque los deseos irrealizables, los
intentos fútiles?
¿Ante qué Dios nos arrodillaremos los que
no aprendimos a rendir pleitesía?
¿Hasta cuándo soportaremos los relojes
que marcan y fustigan los rostros,
las horas de mármol y acero?
Los sobrevivientes estamos condenados
a respirar entre los muertos,
a tocarlos con nuestras sombras
innocuas.
En esta casa muda ¿qué móvil existirá
que nos despierte?
ya acostumbrados a esperar el porvenir y
siempre desesperando en cada instante.
Apoyados en los alféizares, con los ojos
irritados, con las manos mortecinas,
mirando octubres o eneros en la
calle. Y los jóvenes, la belleza, los niños,
los frutos, el amor afuera…
¿De que simiente surgimos los
infinitamente deshabitados?
¿Qué oráculo inexorable predijo nuestro
desierto?
¿En qué juego de la infancia apostamos
la inocencia?
¿En qué rayuela perdimos la esperanza
y en qué escondida aprendimos a sufrir?
Para los sobrevivientes no hay presencia
concreta que sirva de compañía,
apenas y a veces hay estériles
vanaglorias de arte a simulaciones de
locura envasable y vendible.
El triunfo nos destruye (quizás la verdad
en estado puro se halle únicamente en la
desolación y el fracaso).
Un sobreviviente para otro es siempre un
espejismo.


José Sbarra
Obsesión de vivir

domingo, 21 de diciembre de 2014

Tocan a uno, tocan a todos

Marchábamos, ella y yo, entre la multitud. Nuestras bicicletas de lado incomodando el camino: manubrio anti estómagos, pedal arranca pantorrillas, rueda muerde talones. Sonaban cánticos, se veían pancartas grandes y chicas. Yo observaba los rostros, buscaba sin buscar: un conocido, otro, otro. Y ahí lo veo. Es él. Está de espaldas. Pero en segundos desaparece, lo pierdo entre la gente.
Llegamos, Mercedes 933. Trepo un muro para ampliar mi panorama. El aire pesa, es denso como cuando algo está al borde de ocurrir. Pienso en lo que dijo el perro Vázquez: “no infiltrados, sólo control en los desbordes”. Otra burla, me digo riendo.
Yo no podía dejar de mirar las caras. Me perseguía. Ése es tira, ése no, tira, tira, otro tira. Lleno de tiras. Impostores. Miro sus pies: botas negras. Tus Nike no me engañan, sos tira. El pelo corto, la cara desnuda de barba, tira. Cámaras, gente que filma. Hay más tiras que personas, remato. Lanzan una molotov y se quema todo. Derriban vallas y arranca la represión. Palo y balas de goma, imagino. Se pica. En cualquier momento se pica. La bici pronta para volarse si se pica.
“No al seguimiento, la tortura y la represión policial”, termina la proclama. Vuela las vallas alguna bomba brasilera. Una valla cae. Y ellos ahí, paraditos, azules, con caras de perro Rodwailer, en parte impávidos, en parte chorreando baba prontos para atacar. En mi mente todo enmudece, desaparece, menos ellos. Los veo en sus posturas, disfrazados, e improviso un análisis. Algo que ya hice antes, pero lo hago una vez más. Intento entender. Parto desde lo psicológico, me filtro por el ADN y termino con sociología espontánea. Y desde mi ignorancia, sin herramientas, saco conclusiones. Concluyo en que hay que matarlos a todos.
Vuelvo a mi cuerpo. La escena toma sonido y aparece la multitud. No pasó nada. Pero podría haber pasado, me digo, mientras camino rumbo a 18 de Julio. Estoy llegando a la esquina, cuando me sacan la bicicleta de las manos, desde atrás. Era él, otra vez. Apresurado, me dice que le preste la bici que tiene que hacer un mandado. Ni contesto que se la lleva. Lo miro irse pedaleando fuerte, sin entender. Mi amiga se va y quedamos solos con M. Ya sentados en el cordón de la vereda, le pregunto a dónde fue. “No te puedo contar”, me dice. Me muero de intriga pero no insisto. Hace un silencio y me lo cuenta a cambio de que no diga nada. “No voy a decir nada”, le aseguro.
Mi casa, a dos cuadras, es el nuevo punto de encuentro. Él vuelve con la mano ensangrentada. Nadie entiende nada. Los que sabemos el secreto, sí. Cuando agarro la bici, su sangre se queda en mis dedos. La miro fijo. Subimos las escaleras y en el baño lavo su herida con cuidado. Busco alcohol, algodón e intento ayudarlo a parar la sangre. “Te salvé, soy tu enfermera personal”, le digo guiñando un ojo.
Vino más gente. Nos convertimos en cinco, más una pareja outsider. “Toma uno, toman todos”, dijo alguien. Yo tengo cien, yo no tengo, yo tengo monedas, tengo veinte, ¿cuánto falta? Vamos que llegamos, saquen. Yo pongo lo que falta. Dale, llamalo. Las idas al almacén, eran de besos y confesiones. De besos con sangre y cerveza. Él afirmaba que a determinada hora del día, le sangraba la boca. Siempre gusté de sus mentiras. Pero la sangre era verdad y yo nunca había dados besos con sangre, fue mi primera vez.
Jugamos al trivial. La pareja outsider funcionaba de opción comodín. Palestina es la capital de Irak, el pavo real es uruguayo y “armas secretas” es de García Márquez. El herido es el ganador. Duermo con el ganador. Amanezco con el ganador que no se quiere despertar y lo obligo a levantarse, deprisa.
Ya en la calle: “¡Caminás muy lento, estoy llegando tarde!”, dije exaltada. “No puedo caminar más rápido que ésto”, dijo él, soberbio y señalando sus pies con la mirada, “andá sola si querés…”
Y sin saludar, me fui.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Fidelidad

A los veinte años, en Montevideo, escuchaba a Mina
cantando Marguerita de Cocciante
en la pantalla blanca y negra de la Rai
junto a la mujer que amaba
y me emocionaba.
A los cuarenta años escuchaba a Mina
cantando Marguerita de Cocciante
en el reproductor de cassettes
junto a la mujer que amaba,
en Estocolmo,
y me emocionaba.
A los sesenta años, escucho a Mina
cantando a Margherita de Cocciante
en Youtube, junto a la mujer a la que amo,
ciudad de Barcelona
y me emociono.
Luego dicen que no soy una persona fiel.


                                                                              Cristina Peri Rossi

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Patricio Rey y sus redonditos de ricota

Buscaba algo. No sé qué buscaba. Pero algo buscaba. Era otra cosa pero no recuerdo qué.
A cambio, encontré un cassette y me dio nostalgia. La tapa estaba escrita a mano, por mí. Decía: "Los redonditos de ricota". Reí.
Lo abrí mientras iba recordando cómo me costaba, de adolescente, grabar cassettes. Para grabar necesitaba doble cassetero y el de mi casa no andaba, así que tenía que ir a lo de mi abuela Violeta, allá por el barrio Buceo. Bastante lejos de Maroñas pero no para mis musculosas piernas y una bicicleta oxidada.

Siempre me gustó ir a lo de mi abuela (y me sigue gustando hasta el día de hoy), me siento acobijada, como dentro de un vientre tibio.
Me acuerdo que de niña peleaba con mi madre y le decía que me iba a ir de esa casa, mi casa.  Mi madre decía: -bueno, andate-. Odiaba que dijera eso, porque lo decía con cara burlona, como sabiendo lo que iba a pasar. Yo también sabía pero igual agarraba unas pocas cosas e iba hasta la esquina caminando solita, llorando. Me quedaba frente al bar La virgen. Lloraba un rato, haciendo tiempo y después volvía. Volvía mirando el piso y directo a llamar a la abuela.

-Abu, venime a buscar -le decía atragantada de lágrimas

-No llores mi amor, ¿qué te pasa? -me preguntaba con voz tierna

-No quiero vivir más en esta casa, acá me maltratan

-¿Qué te hicieron?

(Y ahí seguro le explicaba mi problema del momento)

-La abu ahora no puede ir, es de noche. Pero mañana voy, ¿querés? Y te quedás en casa a dormir unos días.

-Sí - y ponía puchero.

Me iba a dormir sin mirar a nadie. Nadie me decía nada. O a veces sí. Y mamá me pedía perdón. O papá reía y me pedía que lo ayude con la estufa a leña, que le traiga troncos del garage. Y después ponía mi cabeza sobre sus rodillas y yo me estiraba en los sillones apolillados mientras él me acariciaba la frente haciendo la melodía del arrorró pero con shh shh shh, sin cantar hasta que quedaba dormida.

Pero cuando la abuela me decía que podía ir a su casa, yo me alegraba. Sabía que iba a poder levantarme al mediodía. Desayuno a la cama, dibujitos, sopa rica, comida deliciosa. Que iba a jugar con la Yesi, su perra estilo Lassie. Que iba a hacer acrobacias con el abuelo cuando llegara borracho del bar e iba a poder pedirle, si estaba muy borracho, que se sacara los dientes postizos para reírme sin parar. -Parecés un viejito abuelo- le decía descostillada de risa. Y él también reía.
Y el olor de mi abuela, ¡ay! Dormir con ella. Su camisón bordado de flores, su aroma atalcado. Mandar al abuelo al cuartito para que yo no durmiera sola. Y tener a la abuela al lado, cuidándome. El vaso de agua en la mesita de luz. Nunca se acostaba sin antes traer uno. (Ahora yo hago lo mismo, sino no duermo).
La abuela Violeta es lo más grande que tiene el universo, me lo digo siempre. No quiero que muera, nunca. No puede morir. Seguro que si ella un día muere, se termina el mundo.


A el cassette lo abrí. Adentro tenía el P.R. y la corona, hechos con corrector. Fondo negro, letras blancas. Qué lindo- me dije. Correr por una canción, ponerle los papelitos en la parte de arriba para poder grabar, ir a la almacen y decir: "quiero un cassete virgen". Decidir si comprar el de una hora o el de hora y media. Darle para atrás, para adelante. Correr la cinta con la lapicera. Pegar una parte con esmalte rojo o rosado. Las canciones grabadas al principio con la voz de algún locutor o con otras voces. La cinta estropeada estirarla y dejarla fina como un hilo que corte la circulación de nuestros dedos y cortarla en pedacitos, diciéndole adiós con rabia.
O la cinta del cassette que ya no queremos, girando y volando en el cielo, como serpentina niquelada. 

Apoyé el cassette en el escritorio. El lomo quedó para mi lado. Y ahí lo vi, pude verlo. Eran letras negras manuscritas en fondo blanco, papel de cuadernola.
En el lomo decía: Karibe con K.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Real visceralismo

Emiliano Zapata
Chiapas
el EZLN
Frida Kahlo
Diego Rivera
la Riviera maya
el desierto
Tijuana
los coyotes
los cactus
el tequila
el mezcal
su gusano muerto
los sombreros
los bigotes
los chavitos
ahorita
oye mi carnal
güerita
no sea pendeja
ándale manita
no mames
no marches
no manches
qué chingada
me da flojera
no hay pedo
está bien chido
padrísimo
a huevo wey
órale
las enchiladas
los tacos
los burritos
el guacamole
la corona
la salsa tabasco
el chile
los infrarrealistas
Octavio Paz
Amado Nervo
Rulfo
el DF
los mariachis
las calaveras
Ayotzinapa
sus jóvenes
desaparecidos
2 de noviembre
la muerte
con sus fiestas
todo
pero
todo
me recuerda
a tu cara,
Carnalita.

Rehearsal dinner

Todos sabemos que

http://losmostachos.bandcamp.com/track/rehearsal-dinner

es terrible canción.

Lo que nadie sabe es qué es más erótico;
si el inglés de Raúl
o
las tetas de Martina saltando al son de la batería.

Será cuestión de elegir...

Elegir es renunciar, dicen algunos.

Para mí, elegir siempre fue una mierda.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Un borrador que soñó con ser post

Anadir una entrada
¿y que decir?
El diario lleno
de cosas mirandome
en la mesa
este teclado maldito
estadounidense
no pude arreglarlo
no quiero amigarme
con la tecnologia
no del todo
no por siempre.
Yo hoy me cago
en los tildes
en la puntuacion
y la ortografia.
Me cago en todo
porque ahora
uso una bata rosada
vivo en una mansion
por dos dias
de la nada
a la gloria
me voy
diría el indio solari
ma;ana
toca el frio
toca lo peor
y asi
por mucho tiempo.
Y el chileno
siempre dice
es tan corto el amor
y tan largo el olvido
y yo le digo
arranca por ahi
con neruda
y le recito
alguno de pizarnik
de rimbaud
para que entienda
de poesía
de lo que hablo
pero mas tarde
me quedo pensando
en la frase
que es tan cierta
aunque ya
no lo admita.