J. R.
Lo vi caer por la ventana del living. Primero pensé en un bolso o un paquete de ropa, pero en el fondo sabía que era un hombre. Por eso no me moví, no quería ser yo el que lo encontrara. Una vez me procesaron por agresión a un oficial. No los coy a culpar; le di con una botella en la cabeza y cuando oí el quiebre, no supe si era el vidrio o el hueso. El caso es que me quedé ahí, esperando, hasta que se oyó un revuelo en la vereda. No recuerdo ningún otro ruido. Si usted me pregunta cómo suena un cuerpo que se estrella contra el suelo, yo le digo: no suena, se deposita como algo blando. Cuando me asomé a la ventana pensé que vería un cerebro aplastado contra la baldosa. Pero no, vi la nuca de los que se inclinaban sobre el hombre. Al rato, cuando llegó la ambulancia y despejaron la gente, lo vi acurrucado en la vereda, sin sangre, la ropa apenas desarreglada. Parecía dormido.
Fernanda Trías
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