martes, 26 de noviembre de 2024

No quiero morir porque no quiero dejar de escuchar las canciones que me gustan

DIARIO OBSOLETO

Salí con todos los niños al Prado. Sacaron ondas y tiraban piedras a pesar de que se los prohibí. Gabriel en un momento trajo un pequeño pájaro entre sus manos, no tenía movimientos. Luego lo tomó por las patas finas y arrojó su cuerpo sobre el pecho de otro niño como si fuera una pelota que no rebota y que por el contrario cae de un golpe seco contra el piso. Corrió y lo recogió del suelo mientras todos observábamos el espectáculo. Lo tomó con una falsa dulzura y dijo que estaba vivo y que necesitaba agua. Entonces lo colocó bajo el bebedero de la plaza y abrió bruscamente su pico dejando que una pequeña cascada cayera sobre su boca. Ahí vi que era cierto que no estaba muerto, hacía mínimos intentos de respiración mientras su cabeza caía hacia los lados como si fuera de trapo. Lo acomodó con sus manos como si estuviera empollando y en el pozo de agua que se formó abajo el bebedero, lo dejó. No había cómo salvarlo.
En el camino le dije que lo que había hecho estaba muy mal. Sostuve que todos los seres vivos merecían vivir. Y cómo no supe con qué amenazarlo en relación a su castigo, recurrí a Dios. No recuerdo muy bien qué dije pero fue algo como que "Dios todo lo veía y que lo iba a castigar por lo que había hecho". Dos segundos después que lo dije, estaba arrepentida. ¿Desde cuándo Dios era un recurso para algo? Dios fue inventado para dar miedo cuando no sabemos qué decir. Me sentí ridícula pensando en mis escasas herramientas.
Cuando llegamos al hogar, las educadoras veganas decían que tenía que tener un castigo grande, que era un psicópata. A pesar de todo, no coincidí. Quise justificarlo diciendo que en su familia hacían riñas de gallos, que no estaba labrada esa conciencia sobre la vida animal. Ni siquiera sobre la vida misma, por algo él estaba allí. Que era algo que debíamos trabajar con él. Ellas no estuvieron de acuerdo y lo trataron de asesino.

Vi a Óscar, estaba vendiendo cosas en el ómnibus. Fuimos al liceo juntos. No quise mirarlo a los ojos, no pude. Así que miré por la ventana. Estaba muy flaco y cuando arrancó su discurso subí la música en mis auriculares para no escucharlo. En un silencio escuché la palabra hijos. Sentí pena. Si bien mi vida no es exitosa, es más bien fracasada, tampoco me fue tan mal. Pienso qué me hizo diferente de esos con los que me juntaba. Por qué nos alejamos tanto después de ese vino rosado con pomelo a la vuelta del liceo. Fue la primera vez que me emborraché de verdad, tenía 13 años. Óscar cumplía años el mismo día que yo, el 2 de junio. Nunca me voy olvidar de él. Pero no quise hablarle, no hubiese sabido qué decir. Además, seguro ni se acordaba de mí.

Oh, aléjate de mí

Tú, mal de males que has rasgado mis tules y desperdigado mis flores por caminos de fuego Viniste a mi casa. Me preguntaste por qué tenía una guitarra, si tocaba. Te contesté que no, que era de uno con el que salí. Dijiste: debe ser reciente porque la guitarra está afinada. Reímos. La tomaste en tus brazos y la llevaste bien a lo alto, te quedaba como de juguete. Te pedí que me cantaras una canción y me preguntaste en qué idioma. Dije en portugués. Pero empezaste una que jamás terminaste. Fumamos juntos por mi ventana viendo el verde las plantas desde allí.
Me gusta algo en tu mirada y cómo se cierran tus ojos cuando reís, tu boca se hace grande mostrando casi todos tus dientes y tu rostro parece querer decir algo imposible en palabras. De todas formas, te temo. Siento tu frialdad, no vivimos igual. Algo nunca va a dejar que nos entendamos, puedo olfatearlo. Mi vulnerabilidad padece a tu lado.
Debajo de tus camisas llevás una camiseta blanca como usaba mi abuelo y lejos de desagradarme, me hace pensar que estoy en la película de Jonny Cash o en alguna estadounidense vieja. Me erotiza más pensar en lo primero.
Leí el libro de tu ex esposa que escribe muy bien. Pude hurgar en su vida privada y saber cómo se construyó su amor. Lloré siendo una voyeur. Sí, lloré cuando habla de las plantas de los pies de su hijo que todavía no pisaron y del cariño de la familia. Ese que capaz yo nunca tuve ni tampoco logré construir. Ni jamás vaya a hacerlo porque ya es tarde para eso. Me dio ternura cuando están en el barro y ella dice que piensa alcanzar tu bolsillo izquierdo y guardar su mano derecha allí, junto a tu palma áspera y tus dedos encorvados con olor a tabaco, para retenerte con ella. Ahora sé que a ella le gusta hablar de las plantas de los pies y las palmas de las manos. Pero eso no me sirve de nada.

No puedo parar de pensar, quiero resolver lo que no tiene cómo. A veces me siento en un laberinto sin salida. Por más que busque y pruebe, nunca voy a salir. Es asfixiante y da miedo. Enferma y todo, tomo vino. Supuse que calmaría algo dentro de mí. Pero no es cierto. Engordé. Estas semanas sólo he sabido comer y estar triste. La gente me resulta estúpida. A veces también hostil. Me encanta pensar que un corte de pelo con nuevo color puede sanarnos para poder iniciar una nueva etapa. Quizás una nueva vida. Nunca tengo plata para hacerlo. En la pobreza los cambios sólo pueden ser espirituales e intangibles. El patio de mi casa es el reflejo de cómo estoy. Las plantas están muriendo y las vainas se están abriendo, soltando sus semillas sobre las baldosas. Nada nacerá de allí, sino que se irán pudriendo en las canaletas inertes. El helecho está seco y triste. La planta del dólar que podría vivir donde sea, sus nervios mudaron a un color morado, está muriendo lentamente. El arrayán resiste. La milenrama y la artemisa se sostienen para no dejarse ir, dentro de un bidón de agua Salus. El pitanguero se ha vuelto amarillo y el jazminero no ha vuelto a florecer. Sin embargo, la ruda a pesar de darla por extinta, cada mañana me dice “acá estoy”, ha resurgido como el ave fénix o como Jesús el domingo de pascuas. Y con apenas un vientito suelta su olor intenso que parece decirme que no dé todo por perdido. Hoy murió Tomy. Es decir, hoy decidimos que muriera porque ya no podía más: ya no comía y tenía un tumor que crecía cada día más y más y se llenaba de gusanos. Él se lamía y si bien no lloraba de dolor, hacía movimientos de padecimiento. Antes de llevarlo a la veterinaria para sacrificarlo, mi padre cavó un pozo bajo la higuera mientras él aún yacía vivo sobre el pasto a su lado. Me pregunto si sabría que esa sería su tumba, que horas después iba a ser acomodado y cubierto de tierra para ser comido por los gusanos pero ésta vez por completo. Mi madre dijo que lo enterraron ahí para que cuando nos sentemos bajo la sombra de la higuera, él nos acompañe. Yo creo que es mentira. Aún puedo escuchar sus ladridos de alegría cuándo me veía llegar. Pero sé que los olvidaré. Ojalá todo fuera diferente pero simplemente es así, terrible. Y tendré que aprender a vivir con el dolor. No puedo tomar alcohol porque estoy recién operada, me sacaron la vesícula. Paso en la cama haciendo nada o mirando alguna película, comiendo cosas insulsas y aburridas como puré de zapallo o gelatina de cereza. A veces tomo caldo de verduras. Me gusta escucharte hablar y que me cuentes historias de perros viejos con ojos extraviados que te hacen fiesta y salen detrás de árboles porque se piensan escondidos pero uno puede verlos porque el perro es gordo y el árbol flaco. “Se ve que pensaba que lo iba a abandonar”, me decís del perro de tu madre que cuidaste en Colonia Miguelete mientras ella no estaba. Me encantan las historias de tu pueblo donde hay perros callejeros que viven de los restos de la carnicería, hay un perro muy lanudo y grande con mirada maligna. Y que todos se juntan. Se juntan a qué - te pregunto - se juntan a cosas de perros de pueblo: corren y ladran, se echan juntos, persiguen a perras alzadas, miran pasar gente. Me hablás de las últimas fases del cáncer, de Jung, de los tupamaros y de cómo ahora el almacenero te juzga de burgués por la marca que elegís de ravioles. Vas a tus clases de guitarra y pensás en música, ahora trabajás en una librería y estás fascinado con todo lo que podés leer y con la gente demente que tiene un imán hacia vos, que llega y despliega sus enseñanzas celestiales siendo corresponsales de mensajes del más allá. Todo son sincronías para vos. La muerte es inminente. Ayer estaba todo lleno de sueños y una noticia puede devastarlos. Vuelvo a repetir: no sé cómo tengo vivir. Quiero un abrazo que dure toda la noche pero nadie puede dármelo. Parece que es amor lo que siempre pedimos a gritos y solapado de miles de maneras. Hoy dormí todo el día. Te fuiste a las 11h y sólo dormí. Ahora veo un vídeo de cómo paseás a tu perra en una plaza de noche. Me gustaría que vengas a abrazarme pero sé que en realidad no quiero eso, ni siquiera me importás. Tengo miedo a la soledad, a enfrentar mis fantasmas. A veces seguir se hace tan difícil. La mayoría del tiempo la paso en ómnibus. De aquí para allá, continuamente. Siempre ando apurada, tragando un café con leche como su fuera un tequila con limón. Me quemo, no disfruto. El día que estoy sola y no trabajo, que no corro, descubro que la espuma de mi cortado hace un sonido muy suave que sólo puede percibirse en el silencio. Las pequeñas burbujas explotan de a una lentamente y si acerco la taza a mi oído escucho como brasas ardiendo. Te pienso. Te recuerdo. Parece que fue ayer que me quedaba tendida sobre tu pecho y creía que nada malo podía pasarme. Que en ese cuadrilátero que era nuestra cama podíamos ver películas de Cassavetes, ver a Gena Rowlands e imaginar que esa pareja éramos nosotros. Jamás pudimos terminar El desprecio de Godard porque si la terminábamos capaz se terminaba nuestro amor. Pero igual yo te preguntaba si te gustaban mis piernas y si te gustaban mis rodillas. Si preferías mis tetas o mis pezones. Vos decías que todo te gustaba. El desamor es lo peor. Vivir con eso. Con algo que no pudo ser ni va a ser nunca porque esos momentos que atesoro jamás volverán a repetirse porque todo es una mierda. Quiero abrazarte. Pero no a vos, sino a ese que está en mi recuerdo. El que está en mis recuerdos hermosos y al que dije mil veces: hoy te amo para siempre. Cinco años tardé en leer un libro que me regalaste una navidad y que en la dedicatoria decía: "los mejores días los paso contigo y los peores los paso por vos". Qué asertivo. Quiero borrar todo lo que escribí hasta el día de hoy. No saber más de mí. He sido muy valiente aunque no lo sepa. He soportado mucho y eso me hace fuerte. Pero lo más valioso es haber guardado la fragilidad para no perderla nunca, mi talón de Aquiles en donde cualquiera que lo descubra pueda matarme.


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