domingo, 5 de julio de 2020

Générique

Nicolás está sentado sobre el inodoro, y ella, desnuda en la bañera, le recita un poema de Hubert Aquin. Él se ríe soberbio y le pregunta qué es lo que está haciendo ella por su país atormentado.
Su rostro se torna confuso y habla desanimada.

-Vagar, emborracharme hasta vomitar. Es siempre lo mismo.

Dice eso y se sumerge en el agua cristalina. Él sale del baño y camina hacia la cocina. Abre la heladera y ve las centollas, atadas de sus patas rojas, moviéndose en el cajón. Las ignora y a cambio toma una botella de vino blanco. Un albariño con destellos dorados. Se dirige hacia el living y divisa la alfombra. Es la piel mullida de un animal muerto que yace sobre el suelo de piedra laja, cerca de la estufa. La pisa y acomoda los leños haciendo que salten diminutas brasas por el aire y también humo blanco. Por el ventanal se puede ver el mar y la espuma contra la arena. Se oye perfecto cómo golpean las olas. Él parece pensar en nada mientras se sirve una copa de vino.

Romina sale del baño vestida con una bata de satén bordó y recorre la casa. La habita, la debate. Y mientras camina, pasa la yema de los dedos por los muebles. En una aparador traza una R sobre el polvo. Se escuchan perros lobos aullando a lo lejos. Corre una cortina y saca la cabeza por la ventana. El frío le entumece el rostro pero no le importa, se queda un rato escuchando lo que quiere imaginar como bramidos de animales salvajes.

Entra al living y lo mira a él sentado en el sillón observando los movimientos del fuego.

- No soy más que un cuerpo. Adentro está vacío – dice ella - estoy lejos de todo y de todos.

Y saca un cigarro de la caja que está sobre una mesa ratona, cerca del fuego. Lo enciende y luego de la primera bocanada de humo que exhala, sigue diciendo:

- Realmente no me importa nada. Siempre hay esta niebla entre el mundo y yo.

Se acerca a él y desata su bata, dejándola caer. Aproxima su cara a la de él y le habla al oído con proximidad de milímetros. El vapor de su boca le entibia la oreja.

-No creo en nada. No tengo ideales.

Él sigue impávido y ella le pone una teta en la boca violentamente, como ahogándolo. Él aprieta suavemente su pezón entre los dientes. Pero ella, brusca, le entierra con fuerza los dedos en las mejillas, logrando abrir su boca para poder escupirle adentro. El hilo de baba cae lento desde su posición erguida hasta los labios. El ambiente huele a almizcle. Él no tarda en incorporarse y la gira con fuerza para que quede de espaldas y poder sentarla sobre su pija y así poder lamerle el cuello y la nuca y todo lo que pueda. Ella le refriega el culo unos minutos pero luego se da vuelta para tomar su rostro tiernamente entre las manos y chuparle la lengua con dulzura. Después se hinca sobre el piso. Diminutas piedras se incrustan en la piel de sus rodillas. Y como pidiendo redención, engulle su miembro hasta atragantarse. Él le corre el flequillo para verla mejor. Romina eleva su rostro y le clava la mirada.

-Es verdad que leo pasajes de un libro que no comprendo.

Admite, y vuelve a cerrar los ojos.

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