A Sabrina le querían pegar. Se la habían jurado. Iban a pegarle a
la salida de clases.
Ella iba al liceo
Nº45. Yo iba al Nº3, el Dámaso. Diría una amiga que yo di la
dirección de mi abuela (que vive en el barrio Buceo) al momento de
inscribirme, para que me tocaran liceos de por ahí y zafarle a los
de mi barrio, como ser el Nº13 y el Nº45. Lo dice para hacerme
rabiar y reír, ya que no es cierto. Aunque a decir verdad, ella no
está en condiciones de jugar a hacer chistes porque fue al Elbio
Fernández, liceo de chetos reventados.
Sabrina era de mi barrio pero era de los que iban a colegio privado y
que tenían vínculos más pudientes; casa de veraneo y viaje de quince a Bariloche. Sin embargo, en 4to año de liceo tuvo que cambiarse al
público Nº45 porque su madre no pudo pagar más la cuota del Beata
Imelda.
Nosotros nos
hicimos amigas de niñas, en las clases de inglés (de otra forma,
creo que jamás hubiésemos sido amigas). Estudiábamos dos veces por
semana en el instituto de la vieja Matilde. Instituto barato.
Instituto de barrio. Escuela de Oxford, “el inglés verdadero”,
te batían. Y enseñaban bien, aunque en muchos años. Yo fui desde
los nueve hasta los dieciséis años y no aprendí mucho. Admito que nunca fui
buena alumna: no estudiaba y además me daba vergüenza pronunciar
bien las palabras. Prefería hablar al mejor estilo indígena antes
que humillarme en clase. Las que pronunciaban como yanquis, me
parecían unas imbéciles, me daban vergüenza ajena. Y esas fueron,
claro, las que luego pudieron trabajar en lo de Matilde, salvar la
prueba del IPA, e incluso algunas, hasta ser profesoras de UTU con
sólo el First Certificate.
Los del inglés eran mis amigos chetos del barrio, que obviamente,
“chetos” no eran. Pero todos iban a colegio privado, menos yo. Me
acuerdo que uno, hasta jugaba al rugby, deporte totalmente alejado de
mi realidad. En mis vínculos era: fútbol, boxeo, patín, gimnasia
y pará de contar.
Pero la cosa era
que a Sabrina le iban a pegar. Una tal “negra María” se la había
jurado en un recreo sólo porque ella era amiga de uno que a la negra
le gustaba. Para peor, resultó ser que la negra vivía en el parque
Guaraní y que no se comía ni la punta. “Mete las manos como
loca”, decían, “no le gana nadie”, “la negra María no se
come ninguna… con n a d i e”. Y ahí, ya aparecieron las
historias de que una vez le deformó la cara a una y de que otra vez,
le hizo traumatismo de cráneo a otra, y no sé cuántos cuentos más.
Ella estaba cagada hasta las patas, había dejado de ir al liceo,
mintiéndole a la madre que no había clases. Estaba deprimida.
Experimentaba pavor pensando en la negra. Y era lógico… la negra
la iba a matar.
A mí se me
ocurrió que si hubiese sido “Sabrina, la bruja adolescente”,
indudablemente, eso no le pasaba. Seguro le hacía un hechizo y la
negra se dejaba de pavadas. Pero claro, esas cosas no pasaban en la
vida real, sólo pasaban en la televisión. Y ni siquiera en la
televisión común… sólo en las televisiones con cable. Suerte que
toda la cuadra estaba colgada en aquel tiempo. Que nadie se quedaba
sin ver cómo la bruja adolescente resolvía sus problemas. Hasta
que un día, me acuerdo, nos cortaron el cable a todos. El rumor
decía que el único vecino que sí pagaba por mes, nos mandó en
cana a todos. Nunca se supo la verdad. A mí, la verdad, no me
importó. Pero a mi madre le vino como una especie de ataque cuando
volvió de trabajar y vio que no había señal. Se quedó mirando la
pantalla con los puntitos esos y el ruido sh hsh shh. Se puso
como una loca y gritaba. Yo supuse que era por lo de la bruja
adolescente, pero no. Le dijo a mi padre: “José, ahora paguemos.
¡Yo quiero seguir viendo películas!”
Sabrina, un día me preguntó si yo conocía a alguien que pudiera
ayudarla. Y la primera que se me vino a la mente fue la negra Nibia,
que okupaba la fábrica. La segunda, fue la gorda Yohana que vivía
en el cante de San Fernando. Nadie se metía con ellas dos, todos las
respetaban por saber boxear y por tener conocidos maridos chorros.
Pero el tema era que, si el lío hubiese sido conmigo, todavía,
porque me conocían. Pero meter la cara por Sabrina, perfecta
desconocida, y que encima, era del barrio pero se hacía la cheta…
la veía complicadísima.
Ella no lo
decía pero yo sabía bien que tenía el defecto de querer ser
millonaria. Soñaba con esas cosas que hacen los chetos: los grandes
lujos. Codearse con gente de guita, progresar, salir del pozo. Pero
de todas formas, era buena persona y yo la quería. Defectos tenemos
todos, pensé. Por algo era mi amiga, a fin de cuenta. Así que sin
dudar fui hasta lo de la negra Nibia y le conté todo. “Yo sé
quién es, es amiga de mi hermana”, me dijo, “no caga nada esa
negra, se anda haciendo la bandida con una gila.”, y con cara de
pocos amigos, agregó: “dejame que yo le paro el carro al toque a
la conchuda.”
Días más tarde, después de una clase de inglés, fuimos con Sabrina a
la fábrica para ver en qué andaba la cosa. “Mañana andá
tranquila al liceo. Nadie te va a hacer nada”, le dijo la negra
Nibia, con cara bien seria. Y a Sabrina le faltaba llorar de la
emoción. Le agradecía sin cesar que la haya ayudado. Y mientras
Sabrina la abrazaba, la negra, por atrás me hacía caras apretando
un poco los ojos, como que no entendía nada y yo medio que le
levantaba un hombro de cotelete como diciendo: “yo que sé”, y
ella se reía con su risa de varios dientes postizos. Porque para
ella, al fin y al cabo, no había sido nada… sólo una moneda
corriente.
Para no irnos en
seguida, nos quedamos a tomar unos mates, sentadas en sillas
destartaladas mientras la negra y yo conversábamos chusmeríos del
barrio. Pero de a ratos, yo miraba cómo Sabrina movía discretamente
su nariz. Debería sentir el olor a mugre. Que en realidad, no era
olor a mugre, era más un hedor a lugar huérfano, a humedad mezclado
con sillones y colchones sucios. A problemas con el agua, a un lugar
no preparado para habitar.
La veía observar la fábrica abandonada: los vestigios de una curtiembre llena de fantasmas y un piso de hormigón con manchas de aceite. El espacio amplio, gris y frío, la ropa tirada en el suelo. Los gurises gritando y saltando en los sillones empercudidos, reventados. El polifón polvoriento volando por los aires. Las cicatrices que podían verse en los brazos y en la cara de la negra mientras les pegaba sacudones y puteadas en voz alta a los pendejos para que se quedaran tranquilos, porque si no, iban a cobrar y no plata.
La veía observar la fábrica abandonada: los vestigios de una curtiembre llena de fantasmas y un piso de hormigón con manchas de aceite. El espacio amplio, gris y frío, la ropa tirada en el suelo. Los gurises gritando y saltando en los sillones empercudidos, reventados. El polifón polvoriento volando por los aires. Las cicatrices que podían verse en los brazos y en la cara de la negra mientras les pegaba sacudones y puteadas en voz alta a los pendejos para que se quedaran tranquilos, porque si no, iban a cobrar y no plata.
Sabrina no
habituaba ambientes así y estoy segura que en otro momento ese
lugar le hubiese dado un poco de asco. Pero como la negra Nibia le
había salvado la vida, podría jurar que se obligó a sentir lo
contrario. Que sintió lo contrario.
Al día siguiente, Sabrina volvió al liceo y en el primer recreo, la
negra María se le acercó. Sabrina temblaba de miedo, aún le tenía
terror. Y sin mirarla a los ojos, con voz algo baja, la negra le
dijo: “Disculpá, vo. Ta todo bien. No sabía que eras amiga de la Nibia.”
Pensé que Sabrina iba a cobrar más fuerte todavía por tu gestión diplomática.
ResponderEliminarPensé que Sabrina iba a cobrar más fuerte todavía por tu gestión diplomática.
ResponderEliminarLa negra María debería ser mi amiga...
ResponderEliminarSe iban a enterar unos cuantos.
Nada más lindo que un rico en una situación incómoda dependiendo de un pobre.
ResponderEliminarSe da vuelta el universo.
Excelente lo suyo, como siempre.
Bueno, pero al final queda claro que hablando se entiende la gente. Muy buen, buen relato.
ResponderEliminarLa verdad es que de la bruja adolescente, las últimas temporadas, las que están en la universidad, no me gustaron mucho que digamos... Si, vi la serie completa, lo admito.
Saludos!
J.
Dios. Qué texto hermoso. Me encantó.
ResponderEliminarMe encantó cómo narras la mezcla de universos.
Me encanta como escribís.
Es un placer leerte.
Abrazo grande.