martes, 5 de agosto de 2014

Nicaragua, tan violentamente dulce

Nadie vio al ratón. Yo sí. Yo lo vi hurgando en el arroz, en las lentejas de la cocina. Pero no dije nada.
Sino que me detuve a observar sus ojos negros, redonditos. A descubrir cómo me miraba. 
Y nos miramos fijo, inmóviles los dos, durante eternos segundos.
Tan hermoso él, con su naricita azabache y su pelaje gris. Lo hubiese querido acariciar, hacerle un mimo. 

Nadie lo vio porque todos estaban distraídos en temas banales, en su falaz destrucción. En la destrucción porque sí, sumidos en la estupidez. 

Mi destrucción es romántica. No es porque sí.
No es lo mismo. No discutan.

Yo no sé qué hacía. No sé por qué lo vi.

O sí sé. 
Yo cocinaba tallarines con salsa pomarola. 
Pensaba en la pintada que está en la catedral de Solentiname: Ernesto Cardenal ladrón mentiroso.
Recordaba el poema de Cortázar, "noticias para viajeros", el que habla de Managua. (Y me volví a decir que Cortázar nunca fue bueno para la poesía, aunque adoro el poema "para leer en forma interrogativa").
Me imaginaba los restos de Rubén Darío, en León. Cómo habría sido el terremoto del 72. 
Y repetía en mi mente, la parte de ese poema, que alguien me envió desde montevideo:

...qué más da
si era lindo verte recostada
tus noventa grados exactos
bajo el sol...

Y me acordé del café de esta mañana con el veterano nica que me hablaba de Sandino, de la vez que se enamoró y que la guerrilla, que el amor, que la revolución y todo lo demás, la guerra, qué triste es la guerra y de cuando fue a la URSS para entrenarse en paracaídas y en artillería pesada. El paracaidismo para agredir al enemigo, cuerpo a cuerpo, con sólo armas livianas. De Cuba y más entrenamiento. Y al final hablamos de Dios y yo ya entendía nada. Pasaba la mano por mi frente y estaba mojada y mi presión por el piso. "¿Dios? ¿Cómo entró Dios en todo ésto?", pensé levantando la cabeza. Y vení a conocer mi casa. Yo ahora necesito una ducha. Podés bañarte allí. No, no. Yo más tarde te llamo y arreglamos, tengo tu número. Y no me acompañes hasta la puerta que hace un calor bárbaro, tranquilo, yo sigo sola. Chau, chau, saludo de esquina.
Suerte que siempre tengo mis auriculares. Suerte que tengo el tema "el día del huracán", de él mató a un policía motorizado. Camino, no voy a llamarte. Obvio. Sudo, transpiro, la ropa empapada. Tengo un olor. Y canto a gritos por calles coloniales. Granada detenida en el tiempo: el mercado, los niños jugando, la plaza llena de pájaros negros. Las mujeres pasándose un pañuelo por la cara, guardándolo en un bolsillo de la pollera. La catedral, las casas de colores, las frutas en la vereda. 
Y mañana operan a papá, tengo que llamarlo.
Lo que daría por una siesta montevideana, tapada con el acolchado blanco de plumas que Leo me regaló. Y prendido el ventilador, sobre mi cabeza.

Me perdí.
Pero todo ésto, antes de ver al ratón. 

5 comentarios:

  1. excelente!!!
    me gusta.
    a veces uno piensa en qué tiene que ver
    pero el ojo
    o la coincidencia unen
    y se forma una figura
    que solo algunos ven

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  2. Me gustó. Tenés un estilo muy bueno y propio, no copias a nadie, eso me gusta.

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  3. me gustó mucho.
    a propósito de las cosas que no todos ven recordé la canción "el tuerto y los ciegos" de sui generis cuando dice "la mediocridad para algunos es normal, la locura es poder ver más allá"

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  4. El ratón seguro que era una señal. Sólo falta entender, señal de qué.

    Suerte

    J.

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