Me pregunto por qué podés hundirme un
cuchillo y cómo al sacarlo, que tu mano esté pronta para frenar mi
sangre. Es que yo lo inventé un día y quise regalártelo. Para vos
no es cuchillo, no es nada. Sólo yo veo sangre transparente correr
por tu mano. Sólo yo me dejo doler en lo que no es.
La muerte sí es, sí va estar. Me espera ansiosa. No la llames. LLamarla es en vano. Ella va a venir, certera. Va a abrazarme una noche, desprevenida. Y sólo esa vez, vas a ver el cuchillo y tu mano ensangrentada. No vas a entender. De
pavura vas a correr por el patio mientras las hojas de los árboles
caigan estruendosas como piedras. Y cuando tu mirada busque el cielo,
éste de un suspiro, se teñirá de bordó.
Mi voz dejará de oírse, la olvidarán.
Los que me vean, van a advertir la saliva purpúrea chorrearme los
labios. Van a temer. Querrán apresurarse a existir cuando descubran
mi cuerpo rodeado de moscas, cuando huelan mi sangre consumida.
Será como una de esas noches, esas
madrugadas en las que volvés anestesiado y sin embargo
algo en tu cuerpo relincha. Caminás mirando el piso. Los ojos te
pesan. Tanteás las paredes grises, pateás basura en la vereda. Los
sonidos se apagan en un latir vacío. La calle enmudecida te
acompaña y fantaseás con llorar. Sentís un hueco, hondo. Y eso es
lo que quisieras no tener, un pedazo de nada en el medio del pecho.
Agujas cosen, atan nudos en mis ideas.
Estrangulan lo que soy. Me inquieta discurrir en mis palabras.
¿Dónde van a vivir? Si ya no en papel, si ya no en mis labios.
¿Dónde? ¿Ni siquiera en mi intangible pensamiento? ¿Dónde
entonces? Me invade el terror.
Ese día, el de mi muerte, niños van a
correr. A dar vueltas alrededor del cajón, felices. Rostros serán
alegres desde entonces. Personas cantarán, silbarán plácidas. Y no
faltarán los que lloren, los que arranquen flores pensándome.
Esos que me hablen sin que les escuche. Serán pocos, lo sé. Pero sí
que me sabrá dulce la muerte, cuando alguien maldiga la vida sin mí.
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