domingo, 2 de noviembre de 2014

Echoes

Sentada en esa silla de plástico, abandonó las tijeras, olvidó el dinero y en cambio, se dedicó a mirar los pinos y, detrás de ellos, todas las montañas.
En sus auriculares sonaba "Great Gig in the Sky" y fue como si el horizonte la hipnotizara: su profundidad, tantos árboles, tan lejanos aquellos ríos, la infinidad de los valles. 
Las distancias. Pensó en cómo duelen las distancias. Los kilómetros, los litros de agua que la alejaban de todo lo que más quería. 
Pero a la vez, con ese sentir de que la muerte estaba a su lado, todo el tiempo y que podía abrazarla, cualquier día. Eso ya no la asustaba. Conocía lo efímero de la vida, la fugacidad de la existencia. 
Por eso, había llorado en su despedida mientras Carnalita la acobijaba entre sus brazos, en silencio. Lloraba su muerte anticipada, lo último de las cosas. Esa noche las dos hablaron tristes, sin palabras, porque no urgían. Sino que bastó, con compartir lo enmudecido de sus bocas, lo enmudecido del momento.
Y también por eso, había sido el abrazo a su hermana, la esquela adentro del libro, la carta en el baño, su yo miniatura en otra repisa. 
Los besos en la frente. 
Podía morir tranquila, lo sabía. Lo había dejado claro, para todos. Y lo más difícil, lo había dejado claro para ella...

Estaba pronta para morir.

4 comentarios:

  1. Pero, ¿realmente quería hacerlo?

    Saludos

    J.

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  2. *solo una cosa no es susceptible de compartir: morir para vivirse luego*

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  3. Escribís en blanco y negro. Y no lo digo por el color del fondo ni el color de las letras.
    Y me gusta.

    Y te felicito.

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