martes, 7 de enero de 2014

El origen




Hoy decidí tener un blog. Vaya idea. Lo mejor es que voy escribir cualquier mierda sin sentido y mal escrita, que nadie va a leer. Los motivos no los tengo claros o no los tengo. Pero hoy estoy quemada con todo y nada me importa. Capaz es porque estoy harta de leer comentarios imbéciles en blogs ajenos, porque estoy en Montevideo mientras burgueses veranean en el Este, porque tengo una especie de ampolla injustificablemente dolorosa debajo de la lengua, porque hoy tuve que ponerle vinagre a mi remera razón de que olía radioactiva o porque preferiría no estar en este cuerpo en lo que resta del día, ni en este cuarto acechado por asquerosos y citadinos mosquitos.

Admito que Cubil de loba no es gran nombre para un blog pero lo respalda la historia que hay detrás. Y aclaro que nada tiene que ver con el famoso libro del orto “mujeres que corren con los lobos”. Sino que surgió tras un recuerdo. Recordé un bar de mala muerte, lejano, al que solía ir hace años y robé el nombre adaptándolo al singular femenino.

El tugurio del que hablo, se llamaba Cubil de lobos. Lo conocí un día que estaba caminando con amigos en una ciudad desconocida a la cual recién habíamos llegado. Nos atrajo el nombre y la fachada. Decidimos entrar a pesar de inspirarnos algo de miedo. Nosotros queríamos drogas y un lugar para achicar que fuese oscuro, barato, con poca gente (que estuviese ébria o drogada), buena música y pará de contar. Más que nada, queríamos hacernos los under en una tierra que no era la nuestra. Unos giles bárbaros.

Entramos y las pocas personas que había, que si mal no recuerdo eran todos hombres y en estado catastral, nos miraron con mala cara. Era un panorama estilo heavy-celta indescifrable. Nosotros nos hicimos los desentendidos y empezamos a chupar mientras sonaba una suerte de rock bravú. Después de unas copas, ya con el ambiente distendido, concluí de que era el momento indicado para conseguir alguna droga, preferentemente fuerte. Pero nadie quería encarar la situación: mi amiga no se animaba y mis dos amigos decían que a mí, como mujer, la transa iba a serme mucho más fácil. Malditos.

Me mandé. Fui y le pregunté a un pibe si rescataba algo. Yo tenía plata y pollera. Dijo que teníamos que hacer el negocio en el baño. Arriesgada accedí. Estábamos en eso, cuando alguien desde afuera empieza a querer tirar la puerta abajo. Era un veterano re sacado que gritaba algo que yo no podía entender, no sé si era por los nervios o porque realmente decía cosas incomprensibles. Yo empujaba y el que estaba adentro parecía estar complotado con él, porque no hacía nada. Me asusté, pensé que iban a violarme mientras mis amigos estaban del otro lado del bar. Me hice la mala, no sé qué dije y en eso, escuché la voz de mi amiga que creo fue quien me salvó. La dejé entrar y obviamente, el veterano entró de pesado gritando desaforadamente en otro idioma. Ahora éramos cuatro en el baño. Sé que se zarpó un poco, hubo forcejeos que me amedrentaron. También sé que terminé hablando con el primero, parándole el carro mientras sudaba miedo y el veterano se fue. Fue raro, no me acuerdo bien, además todo eso sucedió en cuestión de segundos. Pero quedó todo bien, la transa salió y no fuimos violadas. Un momento de mierda con victorioso final. Toda una bravata adolescente. Nos retiramos, droga en mano, a un lugar llamado Rivendel (digno de reseñar, dicho sea de paso) porque allí, ya todo nos parecía muy turbio.

Lo gracioso fue que más tarde nos hicimos socios vitalicios, íbamos siempre. Aunque eso no quita, que alguna que otra vez, haya habido bardo, peleas. Pero nosotros caminábamos siempre con respeto, a quienes lo merecían. 

La palabra cubil me reconforta. Ese bar acogía seres anómicos en su tibio vientre. Las noches que pasé en el cubil de lobos no se comparan a otras. Por eso, en honor a ese lugar, tomo el nombre y lo hago mío. 

4 comentarios: